Relato corto de ciencia ficción....
Hoy quiero contaros mis
recuerdos de juventud en Distopía 22. Me he puesto nostágico. Llueve
fuera. Una hermosa llovizna llena de transparentes y hermosas gotas
mis geranios en el balcón.
En Distopía 22 decenas de avionetas
cruzaban los cielos varias veces al día expulsando sobre la población químicos venenosos, creando enfermedad y destrucción en personas y
cosechas; manipulando la climatología; ahogando de mala lluvia el campo... Pero, en Distopía 22, hacía demasiado que casi nadie miraba al
cielo, por lo que ni veían ni sospechaban de las intenciones de aquellos
que, creyéndose los amos del Planeta, por ser los amos del dinero, se
arrogaban el poder de decidir quien podía vivir y quién no.
Han pasado muchos años, pero en Utopía 34 todavía se recuerda el incesante paso de ambulancias hacia
los hospitales cada nuevo día. Llenas de enfermos que en su mayoría ni
siquiera entendían qué les estaba sucediendo y por qué. Personas enteramente sanas, comenzaron a enfermar súbitamente del corazón; morían de cáncer, tumores muy virulentos o a causa de un ictus... Habían sido
engañados, como en otra contienda aún más lejana, sus hermanos judíos lo fueron con sustancias
asesinas, disfrazadas de panaceas. Por desgracia, en Distopía 22, hacía mucho
tiempo que la gente no se preocupaba de descubrir la Verdad oculta tras
el podrido velo de los corruptos y mentirosos medios de comunicación. Muy pocos fueron capaces de cuestionarse ninguno de los terroríficos acontecimientos que se vivieron durante aquellos días.
En
Distopía 22, los niños jugaban tranquilos en los parques y patios de
colegio porque sus padres, con la cabeza llena de Netflix , Whattsapp y
futbol, ni siquiera podían sospechar que desde el cielo, aviones con el transpondedor apagado les fumigaban con
veneno. Que aquellas grotescas máscaras también asesinaban lentamente.
Todos al mismo tiempo comenzaron a sufrir de afonía, alergias, cáncer de piel. Tosían al inhalar la pestilente sustancia
vaciada de las nubes. Pero, se trataba de Distopía 22, nadie podía ni sabia sumar
dos más dos. Todos, o casi todos, tenían la mente llena de telaraña,
los ojos llenos de emojis vacíos; lamentables zombies que repetían sus
rutinas cada día, sin entender que estaban siendo víctimas de viles
seres que, desde la sombra, estaban decidiendo sobre los más precioso que tenían: Su
vida!!
Que todos en casa se pusieran con fuerte dolor de cabeza al mismo tiempo, las mismas horas del día, no les hizo dudar de que algo terrible ocurría... Además, os recuerdo que se trataba de Distopía 22, allí nadie miraba más allá de las pantallas de sus dispositivos eléctronicos. En sus idas y venidas, la mayoría ni siquiera vio las horribles antenas 5G que se habían colocado por todas las ciudades, junto a hospitales, escuelas, centros públicos... Y los que las vieron, pensaron que debía tratarse de cualquier cosa sin importancia. Antenas que hoy sabemos que producen cáncer, leucemia y otras muchas enfermedades.
Los hijos de la Bestia batían palmas y aullaban felices ante
lo que creían una victoría fácil. Tenían poderosos amos, a los que
habían entregado su alma a cambio de éxito. Andaban contentos pues sus planes no podían ir mejor: se
les habían sometido profesionales de todos los ramos, incluso personas
que se decían religiosas... Su promesa y juramento: acabar con cuantas
almas buenas habitasen Distopía y , los que no sucumbieran a la muerte física,
matarles en el Alma.... Aunque, en Distopía 22,nadie o casi nadie sabía que tenía un Alma.
Hasta los pequeños y queridos gatos callejeros, los perros y
pájaros fueron enfermando. Los gatos, bien sabido ahora que fueron
odiados por estos monstruos por ser seres de Luz, que llenaban las almas
con su Amor fiel y verdadero, y les protegían con su alta vibración. Afortunadamente, el hombre aprendió a usar el más poderoso antiveneno: el orégano. Lo dejaban en agua toda la noche para sanarse ellos y a los adorables amigos a cuatro patas.
Antes de aquel tiempo, en otras
guerras, la gente sabía de lo que tenía que huir, pero, en Distopía 22,
todos estaban tan cegados por la neblina mental que poblaba sus cabezas, que no había manera que vieran amenaza alguna por ninguna parte, por
obvia que esta fuera.
Hay que reconocer que los monstruos que
promovieron aquella barbarie fueron muy astutos: jugaron con el miedo de
la gente, crearon el pánico poco a poco, con perfectas mentiras.... Que
cayeran en el veneno de la mala abeja era coser y cantar.
Ni
siquiera cuando en Distopía todos empezaron a enfermarse, quisieron
abrir los ojos. Solo les salvó de la total destrucción un acontecimiento
anunciado: la muerte de varios ídolos de masas que habían defendido a la
abeja. Un deportista amado, solo eso pudo despertarlos.
El final de
los monstruos llegó, pero su castigo humano no tuvo comparación con el
castigo que encontraron más allá de las fronteras de sus pútridas vidas.
Si guardáis silencio, en las noches de invierno, en las simas y cavernas y en los valles más profundos, aún se oye aullar, esta vez de un dolor insoportable, mezclado con gritos de terror y vivo estupor, a
aquellos que se creyeron por encima del Bien y del mal.